Durante los días que se apagaron las luces no escuchaba su
voz y notaba de ella su actitud apática y desequilibrada.
Una mañana mientras me sentaba en la silla que colocaba
especialmente para mí, llegó en silencio y escondiendo la cara entre mis
piernas. Sus lágrimas olían fuerte, a algo sumamente tóxico, mortífero. Y tenía
las manos empapadas, no sé de qué.
Después de un buen rato preguntando que le pasaba, me di
cuenta de que la pregunta oportuna era un “qué has hecho”. O mejor, a quien.
11112 subotua